lunes, 25 de junio de 2012

Lecciones del fin de semana.

El domingo, entre tanto estrés por estar hospitalizado mi sobrinito, me encontré una perrita atropellada en Av. San Diego y calle Hule, estaba sobre la banqueta, cubierta con un plástico, bajo la lluvia. Llevaba mucho tiempo así y la gente pasaba, la veía, sentía lástima pero se seguía de largo. La revisé pero ya estaba respirando muy mal y casi no tenía reflejo en sus pupilas, me quedé un rato con ella acariciándola.

La lluvia arreció y, sorprendentemente, la perrita hizo un esfuerzo por levantarse, levantó el cuerpo, la cabeza, pero ninguna patita... y aulló muy quedito. Entonces, el señor del puesto de periódicos me ayudó a moverla justo al lado de su puesto, para que no se mojara. La revisé del otro lado, había sangrado, pero no encontré ninguna herida visible.

Fue después que estuve con ella que la gente empezó a acercarse más, a preguntar qué se podía hacer... y yo no tenía ninguna respuesta. Esa perrita se iba a morir y no se podía hacer nada.

Intenté marcarle a conocidos de una asociación protectora de animales, pero la voz al otro lado del teléfono me dijo que era un número equivocado... Finalmente, una señora joven se acercó y me dijo que teníamos que llevarla al veterinario para que le hiciera algo, que "le inyectara medicina". Y entonces nuestras miradas voltearon a la perrita, nos quedamos callados.

Acordamos buscar un veterinario que nos dijera lo que ya sabíamos a simple vista y dormirla. No dejar que sufriera más. Pensé en ella tirada en el mismo lugar donde la había encontrado, sufriendo, agonizando, ahogándose con la poca agua que corría por la banqueta. Quizá pudo haber estado así días o, al menos, suficientes horas para hacer insoportable esa imagen. Más insoportable aún que la imagen de los dos autos arrollándola, tal como nos contó la señora de las quesadillas.

Otro chico se había acercado y se unió a nuestro plan. La señora cruzó la calle y regresó con una camioneta de lujo nueva, ni siquiera estaba emplacada. Pusimos el plástico en la cajuela y después el chico y yo subimos a la perrita. Pero yo no subí... tenía que ir al hospital para estar con mi hermano y mi cuñada. Me dió gusto ver que la señora y el otro chico, sin conocerse, estaban haciendo algo movidos por una fuerza interior, llena de compasión. Se fueron y yo regresé a bañarme y cambiarme de ropa.

Camino a mi casa pensé en toda esa gente, seguramente el señor del puesto de periódicos fué quien puso el plástico para que la perrita no se mojara, tampoco le importó moverla al lado de su puesto, incluso sabiendo que la perrita ahi moriría... pensé en la señora que no le importó subirla a su camioneta nueva, y en el otro chico, que a la primera se unió al plan... también en la gente que estuvo un rato viéndola, compadeciéndose, diciendo frases muy sinceras y con auténtico dolor ante el sufrimiento... Si somos gente llena de bondad, de amor, sólo tenemos miedo.

De regreso al hospital, en la sala de espera, una señora nos invitó a comer tacos en la parte de a fuera... hay gente que se organiza y lleva comida gratis a los familiares que ahi esperan, que a veces llevan días y no tienen ni para regresar a su casa, también hay gente que se acerca a ti y te ofrece hacer una oración juntos (el mismo efecto pero en diferente plano)... Sin decirlo, todos en mi familia pensamos en algún momento de ese par de noches, en ayudar a los demás, en llevarles una cobija, una almohada, comida, agua... siquiera en platicar un poco con ellos, distraerlos. Mi hermano y su esposa vivieron lo mismo pero dentro de la sala de urgencias.

Ese mismo día dieron de alta a mi sobrinito. Lo primero que hizo el bebé más sonriente del mundo, precisamente, fue regalarnos unas sonrisas hermosísimas que nos aliviaron de inmediato de nuestra ansiedad. Todos queríamos abrazarlo.

Y entonces pensé en toda la gente que nos llevó a ese momento... mi hermano y su esposa que estuvieron sin comer ni dormir todos esos días sin despegarse del cunero, en nuestras familias que siempre estuvimos cerca, incluyendo a Alicia y Armando que sin ellos simplemente las cosas habrían sido diametralmente opuestas... en los médicos (los malos y los que sí hacen bien su trabajo dedicándose a los demás), las enfermeras, los policías (pregúntenle a mi hermano)...

Nos dimos cuenta de que somos demasiado afortunados, de estar juntos como familia, de tener amigos valiosísimos. Nos dimos cuenta del mundo que está siempre ahi, pero que no siempre queremos ver... Así que, juntos,  decidimos comenzar a ser agradecidos por todo lo que hemos recibido y comenzar a compartirlo.

Si somos gente llena de bondad, de amor, sólo tenemos miedo.


Miguel.








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