martes, 12 de enero de 2010

- Ronchas -

Hace un año habían pasado ya cuatro meses.
Habíamos tronado, una vez más, unos días antes de navidad.
Había ido a acampar con mis hermanos a la playa,
pensé en ti en medio de visiones entre las nubes.
En un amanecer a solas, las olas rompiendo allá,
al otro lado de las rocas.
Justo ahí, por fín te pude improvisar un poema...
en voz alta, con la cara inundada de sal y tristeza.

Y comenzó todo, en un intermedio de la borrachera.
Me despertó una comezón desesperante.
La humedad y el calor de la tienda de campaña me ahogaban,
era insoportable.
Seguí bebiendo.

Me rascaba el brazo derecho y al lado del ombligo,
alguna pulga del perro, y tú que tanto los amas.
No podía dejar de pensar en ti,
como en la arena y el sudor pegados a mi espalda.
Intenté dormir.

Me descubrí con miedo y un poco de asco,
primero el brazo, después avanzó por todo mi cuerpo.
Roncha sobre roncha, como una alergia furiosa,
un enjambre de hormigas... todos mis afilados recuerdos.
Y su comezón, constante, implacable...
Pasé las siguientes dos noches sosteniendo pedazos de hielo,
viendo cómo se movían las manecillas de mi reloj.
Repasando impotente todos y cada uno de mis errores.
Cada cinco minutos, y otros más, hasta el amanecer...
después corría a la tienda y compraba otra bolsa de hielo.

Regresamos, y pasé una semana con una medicina inútil.
Tan inútil como pensar que todo iba a estar bien entre nosotros.
Todos se alarmaron, a mi me daba igual... seguía igual de desesperado.
Otro nuevo doctor, a urgencias de inmediato.
Cortisona combinada para potenciar el efecto,
al fin pude dormir sin interrupciones casi una hora.
¿Salías con él ya en ese entonces?
Todos los síntomas regresan, me duplican la dosis.
Nos mensajeamos, después hablamos.
Se me adormeció la piel y dormí un poco más.
Pensé que no me irías a ver.

Pero fuiste.

¿Por qué fuiste?
¿Por lo mismo que tomabas siempre esa misma calle
y me decías que ese era tu camino?
...O quizá, simplemente, nadie debía vernos juntos.
Y cada día las ronchas crecían,
se esparcían e invadían nuevos lugares de mi cuerpo.

Me avergonzaban mis ronchas,
me escondí en mi cama todos esos días.
Tú venías y las acariciabas,
con mucho cuidado de no lastimarme la piel,
me quitabas la comezón con tu mano libre,
la otra me abrazaba.
Y yo regresaba a ser yo de nuevo.

Otra semana de tratamientos inútiles,
cada vez quería contarte que las cosas iban mejor.
Pero estaba mal, no podía mentir.
Cita con otra doctora.
Pobre, llevas todo este tiempo con fiebre.
¿No sientías ansiedad?
Y cómo iba a saber que era por eso.

Otras dos semanas, apenas y veía avances
venías más seguido, pero siempre tenías que irte,
era como si desaparecieras.
Y yo no podía dormir,
a menos que me llenara el cuerpo de lienzos humedecidos.
Me voy  al antro, ya sé.
Te besaba, te amaba y después era como si te arrancaras de mi.
Así como yo quería arrancarme la piel.
Y tú me amabas, como ese medicamento que tenía que disolver.
Un poco de descanso, la única cura eficaz contra mi locura.

Despertaba a cada rato y me daba baños de agua hirviendo,
seguidos de agua helada, para perder la sensibilidad de la piel.
Pero una vez ya no aguanté,
el saber que me querías, pero siempre tenías que irte.
Me desplomé llorando en el baño,
desnudo y completamente derrotado por lo inevitable.
Quería que todo terminara, quería ya no sentir más...
absolutamente nada y descansar.

Y sonaban tus llaves contra mi ventana,
eran horas que volvía de lugares muy oscuros.
Como ese último medicamento difícil de encontrar.
Las ronchas explotaron en ondas rojas y se disolvió la gran mayoría.
Como la vez que él te llamó
y saliste de la cama a la calle para poder hablar.
Se escuchaba todo, después tú y yo fuimos a bailar.

Persistieron algunas ronchas,
en mis manos, en mis piernas y en mi cara.
Estaba demasiado harto y me comencé a rascar.
Capas y capas de preguntas,
fué cuando se besaron en el bar.
Le acariciabas la cara con la palma hacia dentro.
Ya no había inyecciones, ni lienzos, pastillas...
la piel me comenzaba de nuevo a picar.

Esa enfermedad me había quitado todo,
pero me dió humildad.
Quería huir, pero decidí quedarme.
Nos abrazamos, después ustedes volvieron a ser sólo amigos
por un momento nos encontramos.
Un día decidiste dejar de mentir en tu casa,
luego sonó el teléfono y confundí la voz de tu mamá...

No te quise invadir, ni siquiera insistí.
Por respeto, no tuve una pizca de curiosidad,
mas que por saber que ibas a estar bien.
Nos dejamos ir, otra vez...

Las ronchas nunca se me quitaron
y regresan cuando les da la gana
o cuando estoy muy ebrio.
Me recuerdan mi peor momento de desesperanza.
Me desnudan de nuevo y, en el mismo charco,
me recuerdan lo frágil y común que soy,
me quitan mi pose de inmortalidad.

Desde ahi te recuerdo,
desde ahi no te he querido olvidar.
Cuando aprendí a ponerme en tus zapatos
y te vi valiente escondiéntote para poder llegar a mi casa.
Así aprendí a comprender y dejar de culpar.
Y te agradezco tanto esas tardes conmigo.
Te agradezco tanto por intentar.



Miguel.

1 comentario:

Unknown dijo...

Chalan me gusto mucho, te mando un abrazo muy fuerte tlacua, te espero este fin para tomarnos unos quiebres. Cuidate